Madroño mediterráneo, madroño, madroñero (cast.); arboç (cat.); gurbitza (eusk.); albedro, érbedo (gall.); madronheiro, ervedeiro (port.); Strawberry tree (ing.).
El madroño mediterráneo llegó a Canarias fundamentalmente como árbol ornamental. Al igual que su congénere canario, este árbol es muy atractivo y de gran belleza por la contrastada policromía de su tronco, hojas, flores y frutos.
Tampoco se descarta que su cultivo estuviera originalmente relacionado con el aprovechamiento silvícola, ya que su madera es de excelente calidad como leña y muy apropiada para hacer carbón vegetal. Ocasionalmente se ha plantado como complemento para restaurar algunos ecosistemas, pues tiene gran capacidad de rebrotar de cepa tras el fuego o la tala.
Las hojas y la corteza se han empleado como curtientes por su alto contenido en taninos; y su raíz, para teñir de rojo y, en medicina popular, para combatir diarreas (astringente), favorecer el tránsito de la orina (diurética) y limpiar las vías urinarias (desinfectante).
El uso más conocido de este madroño se debe a sus frutos, de sabor dulce y poco aromáticos, que se pueden comer solos o bien utilizar para hacer confituras, mermeladas y aguardientes. Sin embargo, su consumo en exceso puede provocar dolor de cabeza y diarreas, y tiene fama de embriagar.
Las flores del Arbutus unedo están perfectamente adaptadas a las visitas de las abejas y otros insectos que intervienen en su polinización. No obstante, se ha observado cómo algunos hábiles insectos perforan su corola acampanada para intentar alcanzar el néctar sin tener que introducirse en ellas. Así, el biólogo Marcos Salas recoge una observación realizada por Esperança Alomar en La Palma de una avispa autóctona (Ancistrocerus haematodes) que, al no poder acceder a la flor por su excesivo tamaño, roba el néctar sin colaborar en la polinización.
Otro insecto que se aprovecha de este árbol es la ‛mariposa del madroño’ (Charaxes jasius), que en su estado larvario se alimenta casi exclusivamente de sus hojas.
En la literatura es motivo de bellas descripciones y poemas. Antonio Machado, en Elogios, o Juan Ramón Jiménez, en sus Pastorales, lo mencionan.
El escritor y poeta Lope de Vega también alude al madroño en su comedia El cuerdo en casa:
«De donde el carbón sacaba
que con tomizas en seras
y con ramos de madroños…».
Asimismo, es innegable la ligazón de este árbol con la Villa de Madrid, tanto por la famosa estatua ‛El Oso y el Madroño’, situada en la Puerta del Sol, como por el escudo oficial de la ciudad, donde nuevamente figura el madroño junto a un oso, símbolo que tiene un origen discutido. Así que no es de extrañar que el poeta madrileño Juan Hurtado de Mendoza escribiese en el siglo XVI este soneto:
«Yo a vueftro bel madroño coronado
y fiera en fiete eftrellas figurada
miro con atención aficionada
en orla azul, y campo plateado…».
En el refranero popular, este árbol se utiliza para anunciar la plenitud de la estación otoñal: «Cuando el erizo se carga de madroños, entrado está el otoño».
El madroño mediterráneo aparece en los catálogos de flora amenazada o protegida de las comunidades de Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia y Valencia. Sin embargo, en el ámbito de Canarias, esta especie se considera invasora y no figura en ningún catálogo de protección o lista roja.
Arbutus es el nombre que los romanos daban al madroño y a sus frutos; unedo procede de edo, que significa comer, y unus equivale a uno, es decir, significa ‘comer sólo uno’, aludiendo a la propiedad de emborracharse con sus frutos si se abusa de ellos, ya que al madurar fermentan y contienen cierta cantidad de alcohol.