Ciprés común, ciprés mediterráneo (cast.); xiprer (cat.); nekosta arrunta, altzifre arrunta (eusk.); alcipreste (gall.); cipreste-comum, cipreste-dos-cemitérios (port.); Mediterranean cypress (ing.).
En Canarias, como en otras partes del mundo, el ciprés común suele plantarse en los cementerios. Rasgos como su longevidad —en la región italiana de Lombardía se ha registrado un ejemplar con más de 1200 años—, su apretado follaje de verdor persistente, así como su estilizada y erguida figura columnar —símbolo de la unión entre el cielo y a tierra—, han contribuido a forjar numerosos mitos y leyendas en torno al ciprés. En el mundo greco-romano, este árbol se asociaba con el duelo y estaba consagrado al dios de los muertos, Hades; probablemente de ahí venga su simbología funeraria.
También era costumbre su cultivo en monasterios, jardines y plazas. Así, a principios del siglo XIX, el clérigo, escritor y naturalista canario José de Viera y Clavijo dedica unas líneas al ciprés, entonces considerado un árbol de incipiente introducción en Canarias: «medra en nuestras islas con la mayor prosperidad, y fue visto en el claustro de los dominicos de La Orotava, en Tenerife, uno gigantesco de más de veinte varas de altura». Más recientemente, esta especie se ha plantado como cortavientos en zonas muy ventosas.
Las antiguas civilizaciones mediterráneas descubrieron muy pronto las bondades de su madera, que se caracteriza por ser muy duradera y resistente al agua, la humedad, los hongos y los insectos. Además, siempre parece nueva y desprende una agradable fragancia que recuerda a la madera del cedro.
El porte columnar del ciprés proporciona unas vigas rectas y largos tablones que eran muy apreciados en la Antigüedad para la construcción naval. Alejandro Magno empleó el ciprés de Chipre y Fenicia para construir su flota e incluso se cita en la Biblia que el arca de Noé fue fabricada con esta madera. Asimismo, existen referencias a su uso para la construcción de templos y palacios, para fabricar muebles de gran calidad, en carpintería decorativa, en tornería o para tallar esculturas, cajas y arcas donde guardar los enseres de valor.
Por otro lado, el ciprés común proporciona una madera muy acústica de color claro con la que tradicionalmente se han fabricado las guitarras flamencas. La primera guitarra de Paco de Lucía, uno de los guitarristas de flamenco más influyentes del mundo, fue de madera de ciprés.
Las propiedades medicinales de este árbol son bien conocidas. Sus hojas, majadas y aplicadas en forma de emplasto, se recomiendan para cicatrizar las heridas. Machacadas con vinagre sirven para teñir el pelo. Además, contienen gran cantidad de aceites esenciales, sobre todo los brotes tiernos, llamados ‛alcanfor de ciprés’. Su uso controlado y moderado se considera antirreumático y puede aliviar la tos convulsiva. También la corteza cocida ha sido empleada para paliar el reuma y los dolores articulares.
Las piñas poseen un alto contenido de taninos, por lo que se ha sugerido su uso en medicina popular para detener diarreas e incontinencias urinarias y como vasoconstrictor para el tratamiento de varices y hemorroides. El maestro y educador ambiental José Jaén Otero describe en su Manual de medicina popular canaria un remedio preparado con las piñas del ciprés: «En Moya, un viejo sepulturero, preparaba un ‛potingue contra-varices’ en frascos de cristal oscuro, con un litro de aceite de oliva, siete bayas de ciprés troceadas, tres ramas de romero y tres dientes de ajo bien majados. Todo ello se aplicaba en la parte afectada después de tres semanas de reposo al ‛sereno’».
Hay múltiples ejemplos de la presencia del ciprés en la literatura clásica y contemporánea. Así, Rafael Alberti le dedica estos versos:
«¡Ay, cipreses de Granada!
Cuanta nostalgia en sus ramas,
Y cuanta vida, ya olvidada.
Cuanta añoranza, tan callada,
Y cuanta vida, por vivir.
Cuanto suspiro, hacia la nada,
Y cuanto secreto, sin decir.
¡Ay, cipreses de Granada!»
Mucho antes que el escritor gaditano, Cervantes hace alusión al ciprés en varios pasajes de El Quijote. Por ejemplo, en el entierro de Grisóstomo, donde se señala el uso de coronas y guirnaldas elaboradas con hojas de ciprés, revelando que esta planta se relacionaba con los ritos funerarios en aquella época.
Cupressus es el nombre latino del ciprés, que de acuerdo con algunos autores proviene de Cyprus (Chipre), de donde es nativo y crece silvestre; el epíteto sempervirens procede del latín y significa ‛siempre verde’.