Álamo blanco, álamo (cast.); àlber (cat.); zurzuria (eusk.); chopo branco, álamo branco (gall.); choupo branco, álamo-branco (port.); silver poplar, abele, silverleaf poplar, white poplar (ing.).
En Canarias, los álamos han sido profusamente plantados por sus cualidades forrajeras —razón por la que gozan de la predilección de la población campesina—, para restaurar taludes, en alineaciones o como abrigo contra el viento. Su extendida presencia en la geografía insular ha dado pie a numerosas toponimias.
El álamo blanco también ha sido muy utilizado como planta ornamental, tanto por el aspecto blanquecino de su tronco y ramas como por su follaje, especialmente atractivo cuando el viento mece las hojas plateadas. Hasta bien avanzado el siglo XX fue uno de los árboles más empleados en el diseño florístico de nuestros parques, plazas y paseos. Sin embargo, hoy en día quedan muy pocos ejemplares en los espacios públicos.
La madera del álamo blanco se utiliza para la obtención de pasta de papel, tallar pequeños objetos y confeccionar cajas y embalajes, pero es mala como leña o para obtener carbón. En medicina tradicional, las hojas en infusión, a veces junto con la corteza, se han empleado como remedio contra la pesadez de estómago, para reducir la fiebre y como astringente. Además, las hojas y la corteza se han utilizado para teñir de amarillo o aclarar los tintes pardos.
En la mitología griega, el álamo estaba vinculado a Hades, el dios que gobernaba el inframundo. Tras la muerte de la ninfa Leuce, hija de Océano —titán marino, tío del olímpico Posidón—, Hades la convirtió en un álamo blanco en los Campos Elíseos, donde moraban las almas de los muertos, para que así viviera la eternidad. De este árbol, Heracles, uno de los héroes más queridos por los griegos, hizo la corona con la que regresó al inframundo. A causa de estos mitos y de su vinculación con Persófone —reina del inframundo—, en tiempos de la Grecia clásica el álamo se cultivaba mucho en camposantos y monumentos funerarios. También es célebre la leyenda de las helíades, hijas de Helios —dios sol—, que se quedaron petrificadas y se transformaron en álamos al saber de la muerte de su adorado hermano Faetón, infligida por el poderoso dios Zeus; este momento fue representado en la Caída de Faetón por el pintor barroco Peter Paul Rubens.
En nuestro refranero popular se recoge: «El álamo largo y enjuto, ni da sombra ni da fruto». El escritor Antonio Gala, en su novela Muerte en el jardín, dice: «Hay que talar los cipreses de la tapia. Y esos dos álamos, porque sus raíces levantarán las piedras. […] Bajo el álamo muerto, vivo entonces, escribí una melodía sobre ese amor ya muerto». Y el poeta castellano Antonio Machado recreó la imagen del álamo en estos versos:
«He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio, […]
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!»
Populus,-i es el nombre latino de los álamos y chopos, que también significa ‘el pueblo’; por asociación, podría ser ‘árbol del pueblo’. El epíteto específico alba alude al aspecto blanquecino del envés.