Los árboles silvestres que pueblan hoy día el territorio canario se pueden dividir en autóctonos y no autóctonos (alóctonos). Los primeros son los árboles propios de la primitiva vegetación isleña y en su mayoría tienen un valor científico incalculable, ya que se trata de los restos de los árboles que vivían en el sur de Europa y norte de África hace más de 20 millones de años. Los segundos son especies introducidas que, al asilvestrarse, han ocupado el nicho ecológico de especies oriundas, en algunos casos conviviendo con ellas y en otros desplazándolas (especies invasoras).
Algunos árboles se han plantado para la producción de fruta, como los naranjos (Citrus aurantium), morales (Morus), cirueleros (Prunus domestica), almendros (Prunus dulcis) o nispereros (Eriobotrya japonica). Entre ellos destacan la higuera (Ficus carica), que se considera que fue introducida por los aborígenes, y el castaño (Castanea sativa), que tiene una amplia distribución y en ocasiones llega a formar casi un bosque propio en zonas húmedas y con suelos bien desarrollados del piso montano. Muchos animales han contribuido a la dispersión de estos frutales al consumir sus frutos y trasladar las semillas.
Otros muchos árboles han sido importados por su valor ornamental; es el caso de la mayoría de los existentes en áreas urbanas y ajardinadas. Entre estos se encuentran el laurel de indias (Ficus microcarpa), la jacaranda (Jacaranda mimosifolia), el magnolio (Magnolia grandiflora), el ciprés (Cupressus sempervirens y C. macrocarpa) o el árbol del cielo (Ailanthus altissima). A veces algunas especies ‘saltan’ de las áreas de cultivo y llegan a formar rodales en terrenos de cultivo abandonados, descampados, cunetas o bordes de caminos, como el cinamomo (Melia azedarach), el plátano de sombra (Platanus hispanica), algunos tarajes (gén. Tamarix), la falsa acacia (Robinia pseudoacacia), la acacia de tres espinas (Gleditsia triacanthos), el pimentero falso (Schinus molle) o el palo verde (Parkinsonia aculeata). Algunos de estos árboles ornamentales se han adaptado tan bien a las condiciones ambientales de Canarias que se han convertido en unas especies muy agresivas para la flora local (especies invasoras), como el pitosporo (Pittosporum undulatum) o las acacias (gén. Acacia). En muchas ocasiones, la elección de especies de repoblación se hizo pensando exclusivamente en su aprovechamiento maderero, por lo que algunas de ellas han resultado inadecuadadas para la regeneración o el mantenimiento de los ecosistemas originarios. Así ha ocurrido por ejemplo con los eucaliptos (gén. Eucalyptus) y algunos pinos foráneos (gén. Pinus), que forman manchas de cierta entidad.
Por otra parte, las mimbreras (Salix fragilis), que aparecen asociadas a bordes y cursos de agua, fueron plantadas principalmente para su aprovechamiento en cestería. También ciertas especies de eucaliptos (gén. Eucalyptus), moreras (gén. Morus), encinas, robles y alcornoques (gén. Quercus) se han beneficiado de las plantaciones hechas con fines comerciales o para uso doméstico. Así, desde sus zonas de plantación han ido dispersándose y colonizando otros medios.