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Dracaena tamaranae

Drago de Gran Canaria

Drago de Gran Canaria (cast.); Gran Canaria dragon tree (ing.).

Autóctona

¿SABÍAS QUE…? Este drago, que fue descrito en 1998, solo se puede ver en los riscos más inaccesibles de Gran Canaria.

DESCRIPCIÓN

Planta de porte arbóreo, aunque sin leño, que mide 6-10 m de altura. Al igual que el drago común (Dracaena draco), solo se ramifica tras la floración, por lo que los ejemplares sin ramas son aquellos que no han alcanzado la madurez sexual. Las ramas del drago de Gran Canaria son más hinchadas y cortas que las de su congénere; además, las ramas principales se dividen en tres a partir del ápice (ramificación tricótoma), mientras que las del drago común siempre lo hacen en dos. La corteza tiende a ser amarillento grisácea y es algo lustrosa y casi lisa. Las hojas son simples, estrechas, con forma de espada, de 40-80 cm de longitud y hasta de 4,5 cm de anchura, más o menos estriadas por el envés y con margen entero. Se diferencian de las del drago común en que son más rígidas y acanaladas; es decir, no son planas y se encuentran claramente curvadas hacia el haz en forma de ‘u’. Están unidas al tronco o las ramas por medio de una especie de vaina muy ancha, arqueada y de color pardo rojizo, y por tanto carecen de rabillo. Durante el verano brotan unas inflorescencias hasta de 80-100 cm de longitud, muy ramosas y con numerosas flores. Las flores son hermafroditas, de color blanco verdoso y con tubos muy cortos. Los frutos son unas bolitas con cubierta carnosa y anaranjada o rojiza al madurar que, en general, contienen solo una semilla hasta de 7 mm.

ECOLOGÍA

Crece en la franja termófila (cálida) de la isla, principalmente entre los 300 y los 1000 m de altitud. Prefiere zonas sombrías y húmedas, y se instala en escarpes, cantiles, andenes y grietas o fisuras en riscos altos y prácticamente inaccesibles. Vive con sabinas, acebuches y matorrales de jaras (comunidades termófilas) y, a veces, con otras especies del cardonal-tabaibal y el pinar.

DISTRIBUCIÓN

Especie endémica de Gran Canaria y extremadamente rara que crece actualmente en las cotas medias del suroeste de la isla, desde los paredones de Amurga en el Barranco de Fataga hasta la Mesa del Junquillo en el Barranco de La Aldea.

MÁS INFORMACIÓN

El hallazgo del drago de Gran Canaria tiene una historia muy peculiar. Mucho antes de que la especie fuera descrita en 1998, algunos ejemplares ya eran conocidos. Según relata el botánico Águedo Marrero, uno de sus descubridores, ciertos grupos de montañeros dieron cuenta de su existencia en la década de los 60 y el botánico alemán Günther Kunkel publicó dichas observaciones en 1972 y 1973. En 1986 fueron cartografiadas sus poblaciones y en 1994 se recogieron por primera vez sus semillas. Sin embargo, esta especie fue asimilada al drago común.

El difícil acceso a los escasos ejemplares de las poblaciones de esta especie limitaba su observación e incluso la recolección de muestras para realizar estudios morfológicos. Gracias a las semillas recolectadas en los años 90 por el geógrafo Rafael Almeida, uno de sus descubridores, se obtuvieron nuevas plantas que presentaban marcadas diferencias con el drago común, lo que motivó un estudio más exhaustivo. Así, transcurrido más de un siglo desde la última vez que un nuevo drago —el drago de Saba— fuese publicado, R.S. Almeida, A. Marrero y M. González Martín dieron a conocer la nueva especie, Dracaena tamaranae. Tal y como refirió el primero de ellos: «Refugiados en los riscos más inaccesibles del sur, los últimos dragos silvestres grancanarios no sólo han logrado sobrevivir hasta nuestros días, sino que han mantenido celosamente guardado durante siglos uno de los secretos botánicos más sorprendentes de nuestra flora insular: el de su propia identidad taxonómica».

Hasta la fecha, solo se conocían cinco especies de drago con porte arbóreo, que sobrevivían en estado silvestre en las islas de la Macaronesia y el noreste de África (en el entorno del Mar Rojo y la isla de Socotora, en el Océano Índico). Curiosamente, el drago de Gran Canaria presenta más afinidades morfológicas con los dragos del este de África que con su congénere macaronésico.

Algunos de los dragos obtenidos de las semillas recolectadas en 1994 fueron plantados en el Jardín Botánico Canario "Viera y Clavijo". El interés que ha despertado la nueva especie en la sociedad canaria ha sido tal que, después de permanecer casi 20 años en cultivo, la primera floración de uno de estos dragos fue considerada un gran acontecimiento por los periódicos locales.

No se le atribuye ningún uso concreto, excepto su aptitud para la fabricación de huroneras, como han señalado los más ancianos del lugar. No sería extraño que, en el pasado, su savia hubiese sido objeto de explotación, igual que la del drago común.

Ninguno de sus ejemplares resulta accesible a pie, pero, a cierta distancia y con prismáticos, se pueden apreciar discurriendo sobre su corteza las denominadas ‘lágrimas de drago’. Estas no son otra cosa que la savia que exudan los tejidos del árbol en proceso de cicatrización, tras haber sufrido heridas acaso ocasionadas por las piedras que eventualmente ruedan por los paredones rocosos.

Los últimos censos realizados de la especie (2003) arrojan datos alarmantes: hay un total de 76 ejemplares, de los que 63 son juveniles (nunca han florecido) y 13, maduros. Así pues, esta especie cuenta con una población exigua, muy fragmentada y con una mortalidad muy alta (unos 16 ejemplares en los últimos 25-30 años). Además, tiene una baja capacidad de reproducción, debido a que la floración es muy espaciada y los ejemplares juveniles (que no han florecido) cuentan con decenas de años; algunos incluso son centenarios. Esto supone ya de por sí una seria amenaza para su supervivencia, sin contar otras variables de riesgo como eventos naturales (vendavales, desprendimientos y sequías periódicas) o la presión zooantrópica (ganado, conejos, incendios, etc.).

Por ello el drago de Gran Canaria está incluido con la máxima categoría de amenaza, ‛En peligro de extinción’, en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, así como en el Catálogo de Especies Amenazadas de Canarias.

El nombre del género Dracaena procede del griego drakaina, que significa dragona o serpiente, pero muchas explicaciones relacionan este término con la denominación ‘sangre de dragón’ que recibía su savia; el epíteto específico tamaranae hace referencia a Tamarán, el nombre que los geólogos dieron a la ‘isla antigua’ que abarca la mitad Suroeste de Gran Canaria.