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Juniperus turbinata

Sabina canaria

Sabina canaria (cast.).

Autóctona

¿SABÍAS QUE...? El sabinar herreño de La Dehesa es famoso por las formas caprichosas de sus grandes sabinas, que el embate continuo del viento doblega de manera muy llamativa.

DESCRIPCIÓN

La sabina es un arbolito perennifolio muy ramificado que normalmente alcanza los 4-5 m de altura, aunque hay ejemplares de gran corpulencia que rebasan los 8 m. La copa tiene una forma redondeada que se vuelve algo achaparrada ―en bandera― cuando se ve sometida a la acción constante del viento, que también puede llegar a inclinar y deformar el tronco y las ramas. La corteza es de color pardo rojizo o gris oscuro y se fisura con la edad. Las ramillas, cilíndricas y lisas al tacto, están formadas por hojas en forma de escama más o menos triangular, de 2 a 3 mm de longitud, de color verde algo blanquecino y que aparecen imbricadas como las de los peces. Todas contienen aceites esenciales y son muy aromáticas. Esta especie florece entre febrero y abril y suele tener conos masculinos y femeninos en el mismo pie de planta, muy pequeños y poco llamativos. Tiene unos falsos frutos (gálbulos) esféricos, de aproximadamente 1 cm de diámetro y color pardo rojizo al madurar, que encierran de 4 a 10 semillas en su interior y suelen estar recubiertos por una capa blanquecina, como si tuvieran polvo (pruina).

ECOLOGÍA

Está adaptada a la sequía y la luminosidad intensa, y es muy poco exigente en cuanto al suelo, aunque suele aparecer en sustratos ácidos. Constituye una de las formaciones más características del bosque termófilo, los sabinares. Habitualmente habita entre los 250 y los 600 m de altitud en la vertiente norte y los 300 y los 800 m en la sur. Sin embargo, excepcionalmente puede llegar a los 1500 m de altitud, mientras que en La Gomera se aproxima al nivel del mar.

DISTRIBUCIÓN

La sabina es una especie de distribución mediterránea (sur de Europa, Asia Menor y norte de África) que también crece de forma espontánea en Canarias y Madeira, donde está representada por la subsp. canariensis, endémica. En el archipiélago canario, la sabina se encuentra en El Hierro, La Palma, La Gomera, Tenerife y Gran Canaria.

MÁS INFORMACIÓN

La sabina es el símbolo vegetal de la isla de El Hierro y también la protagonista del escudo heráldico del municipio herreño de La Frontera. Es innegable que este árbol forma parte de la identidad de la isla del meridiano, como también lo atestiguan el topónimo de la Villa de Sabinosa y el mítico sabinar de La Dehesa, que es una de las mejores expresiones de esta formación en Canarias. Javier Estévez, en su libro Gigantes en las Hespérides, lo describe como «un paisaje quasi surrealista, de ensueño, cercano a lo irreal para quien lo visite por primera vez». La fuerza con la que los vientos alisios soplan sobre este mágico bosque impide el desarrollo vertical de las sabinas y las obliga a adoptar un porte achaparrado, retorcido y con forma de bandera, con las ramas extendidas en la dirección en la que sopla predominantemente el viento.

También hay restos bien conservados de sabinares en La Gomera y en algunos puntos concretos de La Palma (Mazo, Las Breñas, las proximidades de Fuencaliente y el Barranco de San Juan) y Tenerife (Afur, Punta de Anaga, Tigaiga, El Guincho, el valle de Güímar, Arico y Chío). En Gran Canaria apenas hay sabinas dispersas en las cabeceras de los barrancos meridionales.

Las formas sinuosas y retorcidas de este árbol han servido de inspiración a muchos artistas. El escultor grancanario Martín Chirino ha dedicado varias esculturas de hierro a estos árboles (forman parte de la colección de la Fundación CaixaGalicia de El Ferrol y de colecciones privadas), y en los jardines de La Minilla (Las Palmas) se alza la escultura ‘Sabina’, de Juan Antonio Giraldo.

La sabina fue muy apreciada por su excelente madera: muy resistente, de agradable olor, con tonalidades rojizas y que no se pudre. Por esta razón ha sido muy explotada a lo largo de los siglos. Estudios arqueológicos realizados en Las Cañadas del Teide (Tenerife) han revelado que ya los aborígenes canarios aprovechaban este árbol para cubrir sus refugios pastoriles ―muchos de ellos fueron ocupados ininterrumpidamente por cabreros hasta casi nuestros días.

Los artesanos isleños utilizaron esta magnífica madera para fabricar barricas de vino, herramientas, aperos de labranza, armas, adornos personales, mobiliario o incluso tablones funerarios. También se empleó para la construcción de techumbres de cuevas, artesonados y vigas para los techos de casas tradicionales. Con las raíces de la sabina se fabricaron cazoletas de pipa o cachimba, y su leña, de alto poder calorífico y muy aromática cuando arde, fue muy utilizada para cocinar. Así, el clérigo, escritor y naturalista canario José de Viera y Clavijo señalaba, hace ya más de dos siglos, que, para la obtención de leña, «se han ido talando imprudentemente las antiguas espesuras de este arbusto tan acreedor a la común estimación».

Tiene usos medicinales y se le atribuyen propiedades antisépticas y sudoríficas. Viera y Clavijo decía, además, que las hojas «son diuréticas, vermífugas, antisépticas, detersivas, y un emenagogo poderoso, pero arriesgado». Con las ramillas cocidas de la sabina, los pastores canarios lavaban las ubres de ovejas, cabras y bovinos para curar la tetera o mastitis.

Los mejores dispersores de los frutos de la sabina son los cuervos (Corvus corax canariensis), que se han vuelto raros en las últimas décadas, aunque también contribuyen a su difusión mirlos (Turdus merula), ratas (Rattus rattus) y, sobre todo, lagartos (Gallotia).

La ocupación de las medianías (zonas que se sitúan entre los 600 y 1500 m de altitud) para el asentamiento de núcleos de población y la explotación agropecuaria han tenido efectos muy negativos para la especie.

Juniperus es el nombre que los romanos daban a los enebros y a su madera. El epíteto turbinatus deriva del adjetivo latino turbinatus, -a, -um, que significa ‘de forma cónica’, y es que G. Gussone describió los gálbulos como ovado-turbinados cuando publicó esta especie en 1844 o 1845. El subespecífico canariensis quiere decir canario, de las Canarias.