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Olea cerasiformis

Acebuche, olivo

Acebuche, olivo, chaparro, aceituno (cast.).

Autóctona

¿SABÍAS QUE…? Los aborígenes canarios extraían varas de acebuche para fabricar sus armas defensivas, como el ‛banot’, los ‛tezzezes’ o los ‛toletes’.

DESCRIPCIÓN

Este árbol perennifolio puede alcanzar 12 m de altura, aunque normalmente suele medir 4-6 m. Tiene un follaje relativamente denso que puede recubrirlo por completo y darle un aspecto globoso. El tronco alcanza los 60 cm de diámetro y la corteza, muy agrietada en los ejemplares viejos, es de color gris oscuro. Las hojas son opuestas, linear-lanceoladas, coriáceas, de margen entero, de color verde oscuro por el haz, y algo más pálidas o blanquecinas por el envés. Miden 5-8 cm de longitud y 1 cm de anchura. El acebuche canario florece durante la primavera. Las flores son diminutas, con 4 pétalos blanquecinos, y se agrupan en cortos racimos. Los frutos son poco carnosos (drupas), semejantes a unas pequeñas aceitunas, lustrosos y con una única semilla o hueso. Son verdes al principio y se van oscureciendo hasta volverse primero rojizos y luego negruzcos en la madurez. A veces se puede confundir con el olivo común. Sin embargo, el acebuche tiene hojas y frutos más pequeños, un follaje más denso y una copa más amplia y baja.

ECOLOGÍA

El acebuche canario es uno de los componentes característicos de los bosques termófilos, donde llega a formar agrupaciones en las que es la especie dominante —acebuchales—. También es bastante común en bosquetes de sabinas, almácigos, dragos, palmeras, etc., sobre todo en las caras norte y este de las islas. Crece habitualmente en riscos y barrancos con cierta humedad situados entre los 100 y 600 m de altitud.

DISTRIBUCIÓN

Especie endémica de Canarias que crece en todas las islas del archipiélago. Es en Gran Canaria donde más abunda, mientras que es muy escasa en Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro.

MÁS INFORMACIÓN

Esta longeva planta (500-800 años) es la protagonista indiscutible del escudo heráldico del municipio La Oliva, cuyo nombre hace alusión a la abundancia pasada del acebuche en ciertas zonas de Fuerteventura. Hoy, sin embargo, la especie se encuentra casi desparecida en la isla. La situación es bien distinta en Gran Canaria, donde los acebuchales constituyen la comunidad termófila más característica; así, en el Barranco de los Cernícalos (Telde) se encuentra la mayor formación boscosa de acebuches de Canarias. Aunque en Tenerife no hay grandes acebuchales, pueden apreciarse agrupaciones de acebuches de cierta entidad en el Barranco del Río (entre Arico y Granadilla de Abona) o Valle Brosque (Anaga), entre otros.

Aunque se puede obtener aceite de sus frutos, estos tienen poca carne, por lo que el acebuche canario se utiliza preferentemente como patrón de injerto del olivo común (Olea europaea L. subsp. europaea). Esta práctica puede observarse en el área de Temisas (Gran Canaria).

En medicina popular, la infusión de las hojas de acebuche se ha empleado como diurético, antihipertensivo y para bajar la fiebre; y las hojas machacadas, como remedio para la inflamación de la garganta. En general, se considera que tomar una cucharada de su aceite en ayunas es beneficioso para quienes sufren estreñimiento o padecen inflamación de riñones. Sobre la piel, dicho aceite ejerce un efecto suavizante y puede mejorar algunas dermatitis.

Este árbol ha sufrido un intenso aprovechamiento debido principalmente a su madera, de extraordinaria dureza, gran calidad y colorido. En el mundo rural canario fue muy empleada como leña —ya que arde incluso verde— y para fabricar herramientas, aperos de labranza y garrotes de pastor. Cuando falta otra madera, los troncos de acebuche y olivo se cortaban en tiras o varas, cuanto más largas mejor, para confeccionar la ‛tilla’, que era la base del tejado de las casas tradicionales canarias. Primero, el carpintero se encargaba de ensamblar la tilla y, luego, el albañil iba detrás tapando con barro y tejas. El clérigo, escritor y naturalista canario José de Viera y Clavijo cita el uso del acebuche en la confección de ejes de rueda de carreta, que eran lubricadas con pencas de higos pico, tuneas o chumberas (Opuntia).

Los antiguos aborígenes canarios extraían varas de acebuche para fabricar sus armas defensivas, como el ‛banot’, los ‛tezzezes’ o los ‛toletes’ —de esta última derivan las expresiones populares canarias «dar toletazos» o «eres un tolete»—. Estas varas se endurecían al fuego para hacerlas más resistentes y duraderas. En sus crónicas, Abreu y Galindo cuenta que los guanches «salíanse al campo a reñir con unos garrotes de acebuche, de vara y media de largo, que llamaban tezzeses». Actualmente, algunas de estas varas o ‛lanas’ fabricadas con acebuche se conservan en los museos arqueológicos canarios.

Testimonio de este pasado prehispánico, ha perdurado hasta nuestros días una práctica autóctona conocida como ‛juego del palo’. Entre los jugadores o contrincantes son muy apreciadas las famosas varas de acebuche por su dureza. Hay un dicho popular en el que se justifica tal preferencia: «con el acebuche, no hay palo que luche»; en algunas zonas el dicho continúa con la expresión: «hasta que llegó el escobón y le dio un cachetón».

Tanto por la dureza como por la flexibilidad de sus varas, las ramas del acebuche eran muy valoradas por los pastores para la fabricación de las ‛latas’, lanzas o ‛astias’ con las que se practica el ‛salto del pastor’. Estas suelen medir unos 2 m de longitud y 3 cm de diámetro y están rematadas por una punta metálica (el regatón). Antiguamente tenían una doble función: servir como defensa y ser el medio de desplazamiento más adecuado para salvar grandes distancias a través de la abrupta geografía insular.

Olea es el nombre clásico latino del olivo y las aceitunas; el término cerasiformis deriva del griego kerasos, nombre genérico del cerezo, y de formis, que significa forma, en referencia al parecido de los frutos con los de dicho árbol.