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Pistacia atlantica

Almácigo

Almácigo, lengua de oveja (cast.); Mount Atlas mastic, Persian turpentine tree.

Autóctona

¿SABÍAS QUE...? Antiguamente su resina se masticaba para fortalecer las encías y dar a la boca buen olor.

DESCRIPCIÓN

Árbol ramoso y de copa amplia que alcanza 12 m de altura. Su corteza es grisácea, casi negruzca y muy escamosa en los ejemplares viejos. A diferencia del lentisco (Pistacia lenticus), sus hojas son caducas —caen en otoño y retoñan a finales de invierno— y compuestas por un número impar de hojuelas (imparipinnadas): cada hoja presenta 5-9 hojuelas hasta de 5 cm de longitud, oblongo-lanceoladas, a veces algo asimétricas en la base y con frecuencia deformadas por agallas de un vistoso color rojo purpúreo. Hay árboles macho y árboles hembra; ambos con flores no muy aparentes y sin pétalos. Las flores masculinas se agrupan en cortos amentos verdoso amarillentos, mientras que las femeninas crecen en racimos alargados de color rojizo rosado. Los frutos son algo carnosos (drupas), rojizos al inicio y pardos o negros en la madurez, y se disponen en racimos hasta de 15 cm de longitud. Son ligeramente ‘apepinados’, a diferencia de los del lentisco, que son redondos, y miden 4-6 mm.

ECOLOGÍA

El almácigo forma parte de los bosques termófilos, ubicados entre los 150 y 600 m de altitud. A veces es tan abundante que llega a constituir una formación propia conocida como ‛almacigar’. Suele ser habitual en la vertiente norte de las islas y esporádica en la sur, donde se refugia en laderas de barranco y riscos inaccesibles. Soporta bien el estrés hídrico y puede crecer en entornos muy áridos.

DISTRIBUCIÓN

Árbol propio tanto del norte de África y del este del Mediterráneo como de Canarias. En el archipiélago está presente en La Palma, La Gomera, Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura.

MÁS INFORMACIÓN

Los almácigos gozaban de gran reconocimiento en algunos pueblos tinerfeños; tanto es así que están representados en los escudos heráldicos de varios municipios de la isla, como Arona y Guía de Isora. En esta última localidad, todavía perdura un ejemplar sombrío, solitario, encorvado por el viento y con nombre propio, el ‛almácigo de Chajajo’, que bien pudo servir de inspiración para este distintivo. De la isla de Gran Canaria, el geógrafo Javier Estévez recuerda en el libro Gigantes en las Hespérides la presencia de otro descomunal y vetusto almácigo en las inmediaciones del barrio de Tafira Baja; un ejemplar que ha escapado a la explosión urbanística de la zona y cuyo porte da idea de cómo fue en tiempos remotos el exuberante bosque que lo albergaba, el Monte Lentiscal.

Fue un árbol muy codiciado por su madera, que es sólida, aromática y muy cromática. Además, sufrió una intensa explotación debido a su leña, ávidamente consumida por la industria azucarera —de gran relevancia en la economía canaria— en los molinos o ingenios para cocer repetidamente las cañas y obtener así el azúcar.

El origen árabe de su nombre común, almácigo, se debe a su amplia distribución en el Magreb. Su significado —‘goma de masticar’— responde a uno de los antiguos usos de su resina, que se masticaba para fortalecer las encías y dar a la boca buen olor.

La resina fue objeto de un lucrativo comercio en el pasado. Esta sustancia, muy aromática, tenía un gran valor en la medicina popular canaria por sus propiedades astringentes, antidiarreicas, anticatarrales y analgésicas. Según el clérigo, escritor y naturalista canario José de Viera y Clavijo, la resina servía también para fabricar barnices y lacas y perfumar los aposentos.

El almácigo es un pariente tan cercano del ‛alfóncigo’ o pistachero (Pistacia vera) que ha sido utilizado como patrón de injertos de este conocido árbol, sobre todo en países con una alta producción de sus apreciados frutos secos, los pistachos.

Como tantas otras plantas de la flora canaria, el almácigo ha sido una especie muy castigada, principalmente por su aprovechamiento maderero y por la transformación de su territorio en áreas de cultivo. Sin embargo, actualmente se halla en un proceso de recuperación por el retroceso de la actividad agrícola; ejemplo de ello son los pequeños bosquetes de almácigos de los barrancos de Tasartico, Tocodomán y la Hoya de José (Gran Canaria).

Además, hay que recordar los efectos del ganado sobre esta especie. Así, los escasos vestigios de su distribución original en Fuerteventura —solo quedan unos pocos ejemplares— se encuentran asolados por las cabras.

Pistacia es el nombre con el que los romanos denominaban al pistachero y a sus frutos, aunque el origen del nombre es oriental. Fue el naturalista Carlos Linneo quien asignó el género Pistacia a lo que el botánico francés Joseph Pitton de Tournefort llamaba Lentiscus, para designar a su congénere el lentisco. El epíteto específico procede del latín Atlanticus (o del griego Atlantikos), que significa ‛del Atlas’ y hacer referencia al sistema montañoso del noroeste de África donde crece este árbol.