Alcornoque, corcho, chaparro (cast.); surera (cat.); artelatz (eusk.); sobreiro (gall.); sobreiro (port.); cork oak (ing.).
La principal utilidad del alcornoque se la da su corteza externa o corcho, que se arranca en intervalos de 8-12 años a principios del verano. Su aplicación en la industria de tapones, artes de pesca, colmenas, aislantes de todo tipo y confección de ropa y calzado es bien conocida. En muchas áreas rurales de la península, su explotación constituye una importante actividad económica. Sin embargo, estos usos no han tenido una gran difusión en el archipiélago.
La madera es buena como combustible. Por ser resistente a la humedad y la intemperie, se usa también para fabricar toneles y armazones para pequeñas embarcaciones. Además, la parte interna de su corteza es muy apreciada para curtir pieles.
Como curiosidad, comentaremos que hay un árbol americano de los llamados ‘de balsa’ (Ochroma pyramidale Cav.), cuya madera —no la corteza— es aún más ligera y (flota mejor que el corcho por ser cinco veces menos densa que el agua, mientras que el corcho sólo lo es cuatro). No obstante, ambas son superadas en ligereza por la de la jacaratiá (gen. Jacaratia), un arbusto pariente de la papaya.
Los pastores y campesinos canarios trataban las diarreas del ganado con infusiones de ramas verdes de alcornoque.
En el lenguaje popular y la literatura el alcornoque tiene un papel destacado. Todos hemos oído las expresiones ‘cabeza de alcornoque’, ‘pedazo de alcornoque’ o ‘cabeza de corcho’, que aluden a una persona casquivana o poco inteligente. Si decimos ‘¡corcho!’ o ‘¡córcholis!’ queremos expresar sorpresa o indignación. Un refrán español dice: «Al alcornoque no hay palo que lo toque si no es de carrasca que le casca».
En El Quijote, Miguel de Cervantes alude al alcornoque en al menos quince ocasiones.
El escritor y diplomático cordobés Juan Valera, en La cordobesa, escribe: «Entre las jaras, tarajes, lentiscos y durillos, en la espesura de la fragosa sierra, a la sombra de los altospinos y copudos alcornoques, discurren valerosos jabalíes y ligeros corzos y venados…».
Quercus era el nombre romano de los robles en general y de su madera, y por extensión de todos los árboles que producen bellota. El origen del vocablo es celta y significa ‘árbol hermoso’. El epíteto específico suber era el que usaban también los romanos para nombrar el alcornoque.