Falsa acacia, acacia blanca, robinia (cast.); robínia (cat.); azkasi (eusk.); falsa acacia (gall.); falsa-acácia (port.); black locust (ing.).
En Canarias su uso más habitual es como planta ornamental —debido a sus escasas exigencias ambientales y su rápido crecimiento, agradable sombra y vistosa floración— que anima las primaveras con racimos de flores blancas muy aromáticas.
Conocidas popularmente con el nombre de ‘pan y quesillo’, sus flores son comestibles y, en algunos lugares, se añaden a las sopas o se utilizan para hacer postres. Con ellas se preparaba antiguamente una tisana con propiedades calmantes, antiespasmódicas, tónicas y astringentes. Los racimos de flores todavía sin abrir tienen un sabor muy agradable que recuerda a los guisantes.
La miel de acacia, como se la denomina habitualmente, es fluida, bastante clara y de aroma y sabor muy tenues. Es un poco laxante y tiene propiedades reconstituyentes y antiinflamatorias para la garganta. El polen es algo alergógeno.
En sus lugares de origen, la madera de este árbol se usó en pequeñas piezas como mangos e incluso, donde era muy abundante, en estructuras de edificios. Según el farmacéutico y botánico Pío Font i Quer, con esta madera se hicieron la mayoría de los edificios de Boston. También se usa como leña, aunque suele chisporrotear demasiado.
Por otro lado, sus semillas son tóxicas y hay que tener cuidado de que no sean consumidas por el ganado. Sin embargo, el aceite que se extrae de ellas era muy estimado por los aborígenes de Norteamérica porque pierde la acidez cuando se hierve. Las semillas se utilizaban como sucedáneo del café.
El nombre de Robinia está dedicado al jardinero francés Jean Robin, que fue el primero en cultivar este árbol en Europa; el epíteto específico pseudoacacia quiere decir ‘falsa acacia’.